
Sentía que mi respiración cada vez se hacia mas débil, mientras unos brazos me envolvían brindándome calor. Era como si aun viviera. ¿Por qué? Parece que la bala no fue lo suficientemente fuerte para atravesar mi corazón. Cada segundo era una tortura. Sombras que se movían bajo mis parpados cerrados trataban de buscar soluciones, que obviamente a esa altura de hemorragia no iban a funcionar. Deliraba. Soñaba con poder escabullirme entre la multitud y tirarme a un barranco de una vez. ¡No busquen más! Nada podría evitar una muerte segura.
Mi mano buscaba la suya. La encontraba. La acariciaba. Le entregaba vida. Le regalaba mi vida. Con cierta tristeza le apretaba, en el fondo de mi corazón le pedía ayuda, sálvame la vida le decía. Pero él no sabia que solo con su presencia me brindaba un sin fin de sentimientos, dándome la fuerza necesaria para quedarme solo unos segundos más a su lado. Sin embargo, la hora de marchar se acercaba. Dile, mi corazón gritaba. ¿Decirle qué? Una vida entera pasaba en mi cabeza, especialmente una temporada muy importante. Ya no sentía mi cuerpo. La hora había llegado. Nada detenía la hemorragia. No fue como lo tenía planeado: una muerte instantánea. Sin embargo, daba las gracias por tenerlo ahí en la despedida. Deliraba. No veía su rostro, pero no era necesario, lo sentía en mí. Siempre estuvo en mí, siempre lo estará. Mi boca no era capaz de pronunciar ninguna palabra. El fin se acercaba. Sentí unos labios que me envolvieron en vida por el resto de segundos que me quedaban, facilitándome el último suspiro. Negro, blanco, rojo, azul, amarillo, verde, naranjo, morado, y todos los colores existentes pasaron por mi cabeza, invitándome a correr por un sendero soleado, radiante de vida. No sabía nada de nada, recuerdos desechados. Fin.
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